Dicen las estadísticas que los seres humanos dedicamos una media de dos décadas a formarnos. Aunque a algunos más jovencitos les suene raro, algunos hemos aprendido hasta “latín” (quizás ahora entendáis cuando a alguno/a que peina canas le hayáis oído decir la expresión “este/a sabe latín” por el/la experto/a de la empresa)
Más de dos décadas de esfuerzo, exámenes y nervios que nos dejan con títulos oficiales, mucha teoría y un nivel académico aceptable para incorporarnos al mundo laboral.
Y es ahí donde empieza la aventura. De repente, nos cruzamos con personas que son agradables en la calle y se transforman cuando cruzan la puerta de la oficina o del taller. Jefes y jefas que te dan tareas sin explicarte para qué hay que llevarlas a cabo. Compañeros que están desmotivados y que se pasan el día quejándose. Gente que viene y se va, y nadie sabe realmente por qué. De vez en cuando tenemos suerte y nos toca un buen o una buena jefa, que confía en nosotros y nos ayuda a crecer profesionalmente, y nos agarramos a ellos como a un clavo ardiendo, pensando que es lo mejor que nos ha ocurrido nunca.
¿En serio?
¿Qué es lo que ocurre en las organizaciones?
Todos sabemos que algo no va bien, vemos o nos llegan noticias e imágenes de organizaciones con una cultura diferente, donde los jefes son líderes y los trabajadores están motivados y se empieza a hablar de liderazgo, inteligencia emocional, habilidades blandas, … y pensamos: “yo quiero trabajar en un sitio así”
Todavía recuerdo una escena que viví ya hace muchos años donde un directivo entraba en la sala de café donde yo trabajaba y decía entre asombrado y enfadado:
“Ya lo que nos faltaba. Y ahora nos dicen que TAMBIÉN tenemos que ser más EMPÁTICOS con nuestros colaboradores”. A mí me hizo gracia, estaba pensando lo empático que había sido su jefe al darle esa instrucción.
El decir “tenemos que ser empáticos” queda muy bonito, pero por decirlo no significa que se lleve a implementarlo. Y no es porque no lo queramos hacer, sino porque no tenemos NI IDEA de cómo hacerlo.
¿Cómo pasa una persona NO empática (o digámoslo de otra manera), con poca capacidad de empatía, a ser empática?
En este apartado, las personas que son empáticas por naturaleza nos llevan muchos kilómetros de ventaja. ¿Pero y las que no lo son?
Para mí el punto clave está en dejar de pensar en nosotros, para pasar a pensar en los demás. Quizás yo lo simplifique mucho, pero así lo considero.
Y no digo que sea fácil, para nada, pero con mucho esfuerzo y rutina se puede conseguir.
En el momento en el que nosotros dejemos de ser los protagonistas y demos ese papel a la gente que nos rodea (bien sean colaboradores, amigos, familiares) empezamos a conectar de otra manera.
TRATA A LOS DEMAS COMO ELLOS QUIEREN SER TRATADOS.
Esto no va de nosotros, lo que a mi me gusta no tiene porqué gustarte a ti. Mi finalidad no tiene por qué ser la misma que el de mi compañero de trabajo.
A unos les mueve el dinero, a otros el estatus, a otros el reconocimiento, a otros el trabajar en un entorno amigable, a otros el ayudar a los demás… y la lista no tiene fin.
En el momento en que entendamos esto en todos los ámbitos de la vida, la vida pasa a ser mucho más sencilla.
¿Te has puesto a pensar cual es la finalidad de tu hijo/hija adolescente?
Te adelanto que no es la misma finalidad que la tuya, pero si eres capaz de retroceder unos 20 años, y eres capaz de recordar y reconocer lo que te movía por esa época, no creo que andes muy lejos. Sí, los tiempos han cambiado, pero no tanto.
Si conseguimos conectar con ellos desde su finalidad, la relación que crearemos va a ser de otro nivel.
Y lo mismo con tu pareja, amigos, compañeros de trabajo, colaboradores y clientes. Sí, también lo podemos aplicar a las ventas. Cuanto mejor conectes con tu clientes mejor negocio harás con ellos.
Y ahora la pregunta del millón:
¿Dónde se aprende a ser empático?
En la mejor universidad del mundo, que es nuestra vida diaria.
¡Animo!